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Mauricio Montiel Figueiras y sus poemas profundos.

  • Mauricio Muñoz García A01365723. Rafael Herrero
  • 10 nov 2015
  • 12 Min. de lectura

Nació en Guadalajara Jalisco el 3 de junio de 1968.

Es narrador, ensayista y traductor, trabaja como editor de revistas y también es coordinador del museo nacional de arte en México. Sus trabajos han aparecido en otros países como argentina, Italia, estados unidos, Brasil e Inglaterra.

También ha sido editor de la revistas biblioteca de México y cambio, hoy es colaborador de las revistas letras libres y día siete

También ganó el premio de poesía joven (Elías Nandino) en 1993 y el premio latinoamericano (Edmundo Valadez) en el 2000.

Algunos ejemplos de sus obras literarias son:

TRES VIENTOS

Mala fortuna,

presagia el meteorólogo que se derrite

en un televisor de bulbos rancios

como flores muertas,

para aquel que salga de su lecho

cuando el fuego se presente en todo su esplendor.

Sean mansos y quédense tranquilos,

acorten la distancia entre los cuerpos lenta,

antiguamente,

sigan los protocolos del sudor que brota

en torpes llamaradas

del más profundo mediodía.

Cierren postigos y persianas,

hagan del dormitorio un espasmo bermellón

donde el Sahara se desdoble sin riesgo de acabar

con los oasis.

Beban agua,

aljibes, charcas, océanos enteros,

saliven con recelo en los poros,

los pozos insondables de la piel:

no agoten, por Alá, los líquidos secretos

que la aurora ha develado

con tanta precaución.

Busquen el sueño o al menos el ensueño

en manos del marido inclemente,

la esposa de carnes eclipsadas,

el púber pródigo en caricias,

la doncella que merca con visiones:

este poema trata sobrque el se siente enamorado de alguien muy especial para el pero ella era muy dificil y sinceramente no sabia como iba a acabar

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HAMSIN

Teman el viento, dice el anciano, y con su báculo señala un horizonte

hecho de gasas amarillas, purulentas, que se avecina a la velocidad de

un meteoro lanzado desde el iris trepidante de la luz, desde el vago

inicio del mundo. Relinchan los corceles tras sus bridas ansiosas,

fulgura el moscardón que hiende el aire como bala azul en busca de

su blanco, se rompe un ánfora que cae al fondo del clima convertido

en pozo de aguas estancas. Trémulo, más un pellejo que una coraza

contra los embates del vacío, el cielo disuelve sus lindes en una ceremonia

de licuefacción: oro, las nubes son semillas de oro arrastradas

por la corriente fluvial que mana en lo alto de la calígine, en el imperio

del buitre que reza una plegaria circular. Atónitas, incandescentes,

las tropas observan la distancia reclamada por el carmesí: sangre en

polvo, rubíes desmenuzados por un puño primigenio, ibis escarlata

traídos de otro continente por el vendaval y su inexorable canto de

sirenas.

Teman los cincuenta días, susurra el hombre, el lapso en que la arena

finca sus reales en Egipto con furor de soberana oscura. Vean cómo la

rosa de los vientos se deshoja entre los dedos, imantada por la sombra

eléctrica que oscila alrededor sin dar cuartel. Vean las pirámides: pechos

erguidos en la tenebra del desierto a la espera de una caricia o un rasguño,

nadie sabe, que les regrese su turgencia original. Vean cómo la madre a

punto de parir ahoga sus gemidos en la mordaza de la atmósfera, cómo

el mendigo halla un diamante entre el carbón que le dibuja un velo en la

mirada, cómo la joven se maquilla ante un espejo donde arde un cirio

íntimo. Vean las bayonetas, el metal de las bayonetas, el lustre lóbrego

de las bayonetas que se afilan en el pedernal de la tormenta. Tállense los

ojos, frótense los párpados: lo que vean será producto de un delirio interno

porque afuera, al otro lado de esta ceguera indómita, todo es barro

seco, partículas de hueso, vestigios de reinos devastados por el hálito

de un dios.

Hamsin, ruega el niño de hinojos en su estera, déjame temerte y adorarte

como el emisario de la furia. Haz de mí un súbdito capaz de reptar hacia

las fuentes del pavor, un soldado que se integre y desintegre en tus ejércitos

de lodo calcinado. Entra en mis venas e inféctame de lejanía, bebe

mi linfa hasta saciarte y quémame, marchítame, desáhuciame. Que no

quede rastro de mí al concluir tu celo de tigre rojo, que mi llanto sea el

vagido del ángel que azota puertas y ventanas con su espada. Sopla feroz,

hamsin, sopla voraz: vuela y llévame contigo, redúceme a cenizas, transfórmame

en la duna que en medio de la nada evoca una erección nacida

en la entraña más salvaje de la tierra.

este poema esta muy padre porque retrata sus sentimientos de una manera muy sutil y elegante

Más poemas de Mauricio Montiel Figueiras en : http://biblioteca.itam.mx/estudios/90-99/95/mauriciomontielfigueirasdialogodepoetas.pdf

Leyendas de Jalisco.

EL BORRACHITO DEL AGUA FRÍA

A la parte de la Calzada que, partiendo de la Alameda, conduce al Agua Azul, frente al templo de San Juan de Dios, de la calle ancha hacia el sur, se le conocía con el vulgarísimo nombre de la “Agua Fría” y donde estaba establecida una cantina denominada “La puerta del Sol” y una serie de galleras, y allá por los años de 1830 a 1850 y tantos, había un célebre garito bautizado con el pomposo nombre de “ Taberna del Agua Fría” y al que concurrían los más esclarecidos hijos de Baco, a desvalijar, en criminal consorcio, a todo aquel que, novicio en el arte de la vida juerga, se atrevía a poner los pies en ese antro de vicio y disipación sin medida. Una de tantas mañanas en el holgorio de los asiduos asistentes estaban en su máximum, porque se trataba nada menos que de una interesante partida de dados en que figuraba como apuesta la camisa de un parroquiana y la cobija de otro, entonces apareció allí un nuevo cliente que sin etiqueta alguna tomó asiento en uno de los desvencijados equípales que a un lado del mostrador había. Aquel hombre aparentaba tal grado de ebriedad, que nadie se atrevió a interrumpirlo. Simulaba estar dormido; pero en realidad velaba, y con los ojos entreabiertos observaba con insistencia rayana en necedad, a uno de los empedernidos bebedores, al parecer el más joven y de más finos modales de toda aquella disímbola comparsa. Desde ese día el sujeto que nos ocupa, llegaba a la misma hora y se situaba en el mismo lugar. Nadie lo vio beber nunca, y sin embargo siempre presentaba el aspecto de un beodo. Pasado algún tiempo, los parroquianos de la Taberna “Agua Fría” observaron que aquel hombre siempre llevaba el sombrero apoyado sobre el pecho y sostenido con las dos manos, y que en determinadas horas del día se ocultaba entre los jarales, que en matas frondosas, en ese tiempo abundaban a la vera del río, (San Juan de Dios), casi cubriendo la extensión de lo que hoy se llama paseo de la Calzada Independencia. Como era de esperarse, aquellas rarezas despertaron la curiosidad no sólo en los que habían trocado el trabajo por la ociosidad más desvergonzada, sino aun en el mismo vecindario, que se propuso atisbar de cerca aquel sujeto para saber qué era lo que aquello significaba. Nuestro protagonista, que en breve fue apodado con el clásico nombre de “ El Borrachito de Agua Fría”, no se daba cuenta de este espionaje, y así seguía en la misión que se había propuesto y que no era otra que la de salvar a un hombre digno de mejor suerte; porque cuando el objeto de su celo se hallaba en estado sumo de embriaguez, lo tomaba en sus hombros, conduciéndolo a un miserable tugurio, que era su vivienda; socorría de paso a un esqueleto de mujer que se llamaba su esposa y a tres macilentos niños, hijos de aquel desgraciado matrimonio. El carácter impulsivo y pendenciero de su pupilo lo hacían intervenir frecuentemente en las reyertas que trataba con los demás, y muchas veces se le vio internarse entre los contendientes con peligro de su vida, sacando heridas de más o menos gravedad; pero que él impertérrito sufría sin quejarse ni pedir auxilio a nadie. Una vez, en que este héroe de la caridad se hallaba en su escondite favorito, oyó que reñían fuera de la taberna, vio que un hombre caía en estado agónico en el suelo, bañado en su propia sangre. Su dolor fue inmenso al darse cuenta de que el herido era el mismo por quien él velaba y llevaba aquella vida despreciable. Entonces, sin importarle el número de curiosos que circundaban el cuerpo exangüe de la víctima, le dio la absolución sacramental, ¡aquel hombre era un sacerdote! Esta acción inusitada, lejos de excitar la risa de los curiosos, se convirtió en un espectáculo verdaderamente conmovedor, porque todos ellos, arrodillándose, besaron los pies desnudos y ampollados de aquel hombre que tal cosa hacía. Veamos ahora quién era aquel heroico hombre y qué motivos lo, impulsaron a obrar así: era, según la tradición autorizada y constante de muchas personas sensatas de Guadalajara, un ilustre hijo de la Orden de Carmelitas Descalzos de esta ciudad, que un día al pasar por el paseo de la Alameda a cumplir un deber de su ministerio, puesto que venía de auxiliar a un enfermo, vio en tal estado de miseria y depravación al hijo único del hombre que había arruinado a su familia, y desde ese momento se propuso investigar cuál era el lugar o lugares que frecuentaba, para salvarlo. Informado cumplidamente de lo que pretendía, se convirtió, como ya hemos visto, en asiduo asistente de la Taberna del “Agua Fría”. El único que estaba en su secreto era el Sr. Canónigo Dr. D. Mariano Guerra, que le ayudaba con frecuentes sumas para que auxiliara a la esposa de aquel desgraciado. Este verdadero discípulo de la caridad quizá murió por los años de 1863 a 1864, último año en que se le vio celebrar misa en el templo del Carmen. Quizá los lectores deseen saber el motivo por qué este sacerdote, durante el tiempo que ejerció el oficio de pastor para con aquella oveja, trajera el sombrero sobre el pecho apoyado con ambas manos, así como el por qué iba a ocultarse a determinadas horas en los abundantes jarales que crecían a la vera del río de San Juan de Dios, que hoy día existe entubado. Traía de esta suerte el sombrero, porque en él guardaba su pobre breviario, única prenda de valor que llevaba consigo en su odisea de sufrimiento, y se ocultaba entre las matas de aquellas plantas para rezar el divino oficio a las horas en que sus hermanos salmodiaban los himnos en el Coro del Convento del Carmen.

EL NIÑO QUE LE TEMIA A LA OSCURIDAD.

Se cuenta de un niño llamado Ignacio (Nachito), desde los inicios de su vida tuvo un miedo extremo hacia la oscuridad; era tal ese miedo que si no había luz en el lugar donde dormía, lloraba y gritaba. Así fue hasta la edad de cinco años cuando falleció, dado a que su niñera olvidó encender las cuatro luces (que se encontraban en las esquinas de su habitación). Fue sepultado en el panteón de Belén; sin embargo las dificultades siguieron, ya que el velador cada mañana veía el féretro del niño fuera de su tumba, por lo que debía ser introducido de nuevo a su lugar cada mañana. También se cuenta que se veía su fantasma en la puerta del camposanto tratando de llegar a la luz de la calle. Ante esto, sus padres decidieron modificar la tumba, haciendo un féretro de piedra que estuviera en el exterior con cuatro antorchas alrededor de él, allí fue puesto el cuerpo del niño y desde ese momento todo ha regresado a la normalidad. Hoy en día se le pueden dejar ofrendas como dulces o juguetes, tal vez para que el niño siga descansando con tranquilidad y pueda jugar cuando su espíritu salga de noche.

EL VAMPIRO DEL PANTEON DE BELEN.

La leyenda dice que ya hace muchos años llegó un hombre misterioso a la ciudad de Guadalajara. El hombre vestía de negro y sólo salía por las noches, dicen que desde su llegada a la ciudad empezaron a suceder cosas muy extrañas, empezaron a aparecer animales muertos con una seña muy particular (dos orificios en el cuello) y a todos les habían succionado hasta la última gota de sangre. La gente no le ponía atención, se preguntarán por qué..., bueno, porque pensaron que era un plaga o una infección entre los animales, pero al pasar los días comenzaron a encontrar cadáveres de jóvenes que tenían como hábito estar en la calle hasta la madrugada; lo curioso y lo que les empezó a preocupar era que los que encontraban tenían las mismas características de los animales encontrados antes, lo que ahora sí preocupó a los habitantes de la ciudad.

Se empezó a correr el rumor de que había un vampiro suelto en la ciudad. Las personas temían por sus vidas y las de sus hijos, por lo que un grupo de personas realizó un plan para atrapar a esta criatura de la noche, que se dedicaba a cometer sus bajos actos cerca de la vieja plaza de toros. Este grupo de personas se escondió detrás de un arbusto mientras uno se quedaba en la calle de carnada. Sí dió resultado, el vampiro se le apareció y cuando se disponía a clavarle sus colmillos los demás le arrojaron una red y lo atraparon. Algún gitano les había dicho que para poderlo matar tenía que ser con una estaca hecha de un árbol (no recuerdo el nombre del árbol), pero la estaca era verde, y que debían enterrarlo en un panteón. Lo hicieron, le enterraron la estaca en el corazón y lo llevaron al Panteón de Belén, donde le colocaron una lápida de cemento muy gruesa para asegurarse de que no saliera.

Al día siguiente los ciudadanos fueron a ver la tumba del vampiro y se dieron cuenta que la estaca de un día a otro se transformó en un árbol gigante que para poder salir a la superficie tuvo que romper la tumba. La leyenda dice que cuando el árbol rompa completamente la tumba el vampiro renacerá para aterrorizar nuevamente a los habitantes de la ciudad de Guadalajara; también dicen que si cortas una parte de las raíces del árbol o de su corteza el árbol sangrará.

La Niña Del Panteón.

En un conocido Panteón del estado de Guadalajara hay una niña que se aparece, sale y deambula entre las tumbas, se cuenta que en aquel lugar se escucha la voz de una niña que dice “mi mami “en aquel lugar han visto una sombra que pasa al fondo del panteón también un rostro como si los observaran. En el panteón se manifiestan muchas actividades paranormales, pero las apariciones más terroríficas es la de la niña, que al parecer muchos han creído ver o al menos han sentido que una presencia los vigila de alguna manera.

La leyenda de la casa de los perros.

Una infidelidad causo que Jesús Flores nunca descansara en paz, el hombre contrajo nupcias 1876 con doña Ana González, el señor Jesús de Jalisco tenía 72 años era mucho mayor que su joven esposa que tan solo tenía 28 ella había aceptado la relación por interés a si tendría una vida llena de lujos, doña Ana le pidió a Jesús que su casa fuera de dos pisos y que en la azotea colocara dos estatuas de perros pointer porque estaba de moda en Europa, la gente bautizo la mansión como la casa de los perros.

Panteón de Mezquitán.

Queremos hablarte del panteón de Mezquitán, ubicado en Avenida Federalismo Norte 977, en la Colonia Mezquitán de Guadalajara, este panteón está asentado sobre una superficie aproximada a las 25 mil hectáreas. Muchas son las leyendas que rodean sus muros. Y muchas también son las historias que se cuentan sobre personajes ya famosos en nuestros días, que aseguran se aparecen entre las criptas de quienes reposan aquí. Después de cerrar sus puertas el panteón de Belén, se abrieron las de hierro forjado del panteón de Mezquitán, un 2 de noviembre de 1896. Su cancel es de barrotes con pequeñas figuras de calaveras con huesos cruzados.

En este panteón se encuentran capillas de gran atracción para los visitantes por sus notables monumentos del arte neoclásico.

Cuenta con la sección francesa y la sección alemana y en uno de los cruceros principales que delimita los lotes de estas criptas, se erigió un gran monumento en forma de capilla, cuyos nichos guardan los restos de Jesús Flores, quien fuera propietario de la legendaria Casa de los Perros, situada por la avenida Alcalde, en el Centro de la Ciudad. Cuenta la historia popular que su propietario había fallecido y no tenía herederos, por lo que su última voluntad fue que quien le rezara un novenario heredaría la casa.

Asimismo, podemos visitar la cripta del primer morador de este panteón, el alemán que llevó en vida el nombre de Hans Jaacks (29 de julio de 1861-31 de octubre de 1896).

En el edificio de la administración del panteón se encuentra una antigua campana que indica al personal del servicio en qué parte del mismo se efectuará la inhumación, según los redobles de dicha campana.

Leyendas fantásticas que te encantarán, hoy habitan en cada rincón, en cada pasillo. Éstas son solo algunas de las muchas que podrás encontrar en este panteón de Mezquitán, no dudes en visitarlo en compañía de tus familiares y amigos.

Comentarios.

  • Muchos valientes lo intentaron, pero ninguno logro superar la prueba, ya que huían despavoridos al escuchar voces espectrales que respondían a sus oraciones.

  • El borrachito de agua fría­: esta leyenda está bastante bien hecha ya que te deja reflexionando sobre la importancia de los padres en aquella época de 1850

  • El niño que le temía a la oscuridad: esta leyenda te hace sentir una sensación extraña porque al cabo de un rato no quieres apagar las luces de tu cuarto y también te da más miedo el pensar que habrá matado al niño mientras estaba a oscuras

  • El vampiro de belén: esta leyenda te enchina la piel y te da miedo de salir por las noches solo imagínate el salir por la noche y encontrarte un hombre con estas características

  • La niña del panteón: esta leyenda me hace reflexionar de la manera en que la gente interpreta los distintos fenómenos que pasan a su alrededor.

  • La casa de los perros: esta leyenda te ayuda a conocer las diferentes costumbres y tradiciones que habían en esa época como las estatuas de perros que estaban de moda en ese entonces

  • El panteón de mezquita: esta leyenda es bastante amplia ya que han ocurrido varios casos en los que se presentan cosas paranormales y también te hace reflexionar acerca de que hay ciertas cosas que la ciencia no puede explicar aun algo mejor no son cosas paranormales pero es una fuerza que todavía no está a nuestro alcance

Ligas recuperadas el 17/11/2015: http://leyendascortas.mx/leyendas-de-guadalajara/ , http://leyendascortas.com.mx/leyendas-de-guadalajara/,


 
 
 

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